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Foto del escritorEmiliano Canto Mayén

La encantadora vida de Madame de Récamier

Hermosa, sabia e influyente, Madame de Récamier fue una mujer admirable.
Muchas leyendas circulan sobre esta dama distinguida de los siglos XVIII y XIX, acerca sus orígenes y sábanas. Sin embargo, sus hechos tienen mucha más sustancia que las habladurías.

Jeanne Françoise Julie Adélaïde nació en Lyon el año de 1777 y fue hija de Marie Julie Matton, hábil administradora, y de Jean Bernard, un célebre financiero.

Su rostro fue seductor desde la infancia y, mientras su cuerpo se desarrollaba con salud, su inteligencia despertó con vigor.

Julie contrajo matrimonio, casi niña, con uno de los más célebres banqueros de París, el señor Jacques-Rose de Récamier quien además de acumular una fortuna tenía bastantes años más que su esposa.

Se dice que la relación del matrimonio Récamier fue tierna, en realidad, platónica y, gracias a los millones de Jacques y a la curiosidad intelectual de Julie, se abrió un Salón Literario en su mansión, en la calle de Mont-Blanc de París.

Un Salón Literario, en la Francia del siglo XVIII era una reunión selecta ofrecida en casa de una mujer o hombre adinerado que invitaba a las personas más notables del arte, la ciencia y del pensamiento.

Como clubes exclusivos, los mejores Salones Literarios se reunían en las residencias más elegantes, con los artistas, aristócratas y sabios del momento para charlar de amoríos, filosofía, técnicas, novelas y, en muchas ocasiones, de política.

El Salón de madame de Récamier, en un palacete, con un cocinero estupendo, la asistencia más correcta y la anfitriona más bella de París, pronto se colocó entre los mejores de Europa.

Julie tuvo muchas amigas, entre las que destacó la novelista y ensayista Madame de Staël y entre sus asiduos y admiradores estuvieron Constant, Ballanche, Sainte-Beuve, el Duque de Orleans y Chateaubriand.

La influencia de la Récamier llegó a tal punto que sobrevivió a la Revolución Francesa, se sobrepuso a una quiebra del banco de su esposo, en 1805, y rechazó -en repetidas ocasiones- el nombramiento de dama de compañía de la emperatriz Josefina.

Cuando Napoleón consideró que las ideas que se ventilaban en el Salón Literario de los Récamier eran contrarias a su cetro imperial, Julie se exilió de Francia.

A la caída del imperio, madame de Récamier regresó, junto con sus amigos, a su Salón Literario.

Con respecto a sus encantos físicos, la retrataron los mejores pintores de Europa. David la pintó recostada y escandalosamente descalza, Gerard la colocó en una pose todavía más ondulante y Cánova esculpió dos bustos a su imagen y semejanza.

Pasadas estas glorias mundanas, la Récamier escribió un profuso epistolario con sus amigas y admiradores que muchos lectores han calificado como lectura deliciosa ya que sus artificios del lenguaje nos hablan del habla elegante de hace dos siglos.

Para tristeza de la Récamier, luego de la caída de Napoleón, vio la muerte de su marido, de sus padres y el derrocamiento de más reyes de Francia. Estas desgracias y la enfermedad la hicieron perder paulatinamente la visión.

Falleció en París, el año de 1849, y se le inhumó en el cementerio de Montmartre.

En su lápida se lee en latín “O Crux que spes unica” que significa: Te saludo cruz, única esperanza.

En el mismo sepulcro de Julie reposan su esposo Jacques-Rose, sus padres Jean Bernard y Marie Julie Matton, y, también, su amigo Pierre-Simon Ballanche.

Este señor Ballanche, para satisfacer la curiosidad de los malpensados, fue un escritor y académico de Francia, nacido en Lyon como Julie y su familia.


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